Ya cada vez más la palabra “Bicentenario” se ha instalado en nuestro horizonte como algo que va de lo publicitario a la infraestructura, de los balances a la idea de entrar en otra época.
Un canal de TV se presenta como “el canal del Bicentenario” y nada indica que la adjetivación “Bi” vaya a ir en descenso toda vez que la fecha se acerca.
2010 aparece como el año ritual que probablemente se llenará de símbolos queriendo indicar “algo” a este cuerpo que se llama Chile.
Por de pronto y sin que se les pueda agradecer por originales, los publicistas políticos presentarán a sus candidatos como “Presidentes para el Bicentenario”
También y hace ya bastante tiempo, el Gobierno creó una cosa llamada “Comisión bicentenario” que ha funcionado como suelen funcionar las cosas en Chile. Mal. Se han ido los ejecutores, los miembros del directorio han renunciado y en general hemos sabido de la comisión más por lo que no ha hecho que por sus logros.
Lo cierto es que más allá del empedrado, el ánimo de fiesta comenzará a instalarse sin que nadie deba quedar indiferente frente a la fecha crucial.
¿Habrá algo que celebrar?
No creo
El Centenario
.
Fíjense ustedes que hace cien años, cuando se celebró la primera centuria, el ambiente se hallaba cargado a la fanfarria, pero por suerte no todos pensaron igual.
Tiempo de balances se dijo y entonces algunos políticos e intelectuales, que los había en aquella época y muy lucidos, se dieron a la tarea de echar abajo este castillo de naipes que cien años atrás había celebrado la más gloriosa de sus gestas.
Políticos de diverso cuño, intelectuales de toda laya, realizaron un balance nada alentador que terminó por insertar la palabra crisis en medio de la farra. Intelectuales aguafiestas, de esos que hacen tanta falta hoy ya que la mayoría anda preocupada de no quedar bajo la mesa en la coyuntura actual. Por último, en la mesa del pellejo más que sea.
Ya en 1900 Enrique Mac-Iver, político ilustrado y reflexivo, de cepa radical, proclamó un angustioso discurso llamado, “Crisis moral de la República”. Fue en el Ateneo de Santiago en donde don Enrique se planteó la pregunta por las causas de la crisis; a todas luces nada funcionaba bien en Chile. No sólo eso, se despachó una frase que resonó fuerte en el auditorio, dijo que, “No somos felices”.
Con ese discurso se dio por comenzada algo así como la fase autoflagelante que no culminaría hasta los años 20.
Agregando pelos a la sopa, Emilio Rodríguez Mendoza alegó contra la “titulomanía” y la “empleomanía” que se producían por una suerte de avidez de estudios profesionales y con búsqueda desesperada de “pituto” en el aparato estatal. Alejandro Venegas, en su “Sinceridad, chile íntimo”, no dejó títere con cabeza y al modo de unas cartas al Presidente de la República hizo ver que “quienes viven en lo alto” no tienen idea de lo que ocurre y sería bueno que se vayan enterando.
Por último, Luís Emilio Recabarren, hizo un descarnado análisis de las miserables condiciones en que vivía la mayoría de la población.
Una serie de ejes asoman comunes en estos “aguafiestas”, a saber: la educación se encuentra en crisis, hay una religión sin moral, el comercio saca ventajas en exceso a costa de los pobres, la clase política no tiene idea de lo que ocurre, las cárceles son la mejor escuela del delito, la corrupción atraviesa a la justicia, al parlamento y a los negocios privados y públicos.
En fin nada mucho que celebrar. Todo lo que acabo de señalar se encuentra muy bien recopilado por Cristian Gazmuri en un libro llamado “El Chile del Centenario los ensayistas de la crisis”, publicado por la Universidad Católica de Santiago. También en una recopilación hecha por Sergio Grez, llamada “La cuestión social en Chile” y publicada por la DIBAM, hay varios elementos que informan de estos discursos.
Hoy
¿Hay algo que celebrar?, ¿hay voces que hayan señalado que este país de opereta tiene pocas cosas de las que sentirse satisfecho?
Si y no. En Chile se ha producido el síndrome de la sociedad satisfecha cuyos problemas residen precisamente en dar curso y sustento a dicha satisfacción. Eso se expresa, como bien lo dijo Tomás Moulian, en la figura del “ciudadano crediticio” que anda a “palos con el águila” para pagar sus “satisfacciones”.
Si a eso sumamos el desastre en que se ha convertido nuestra educación ya no cabría hablar de crisis, estamos más bien en presencia de un naufragio.
Vamos viendo; el sistema de educación pública es una tragedia completa que no se sostiene por ninguna parte y que gracias a la inercia que permite que algunos respiren sigue vivo sin poder reaccionar. Ante la insuficiente respuesta del gobierno frente a esta crisis se producen apertrechamientos que lejos de resolver el problema lo ahondan. Nadie discute que nuestros profesores están mal pagados y mal preparados. Sin embargo la actitud corporativa de estos y su escasa autocrítica impide visualizar el problema. Es más, esa equivocada actitud ha permitido que ciertos diagnósticos superficiales los culpen de todo a ellos. Por cierto, no son los únicos culpables.
Sin embargo su actitud da lugar a que proyectos tan disparatados y oportunistas como “Educación 2020” aprovechen esta coyuntura para suplantar el papel del Estado en estas materias. ¿Y que dice el gobierno?, “bien, todo bien, gracias”
A la educación superior tampoco le va muy bien. Se podrá argumentar que ha aumentado su cobertura, es cierto, pero sin indicadores claros de rigurosidad académica. Es más que claro que el proceso de acreditación, tal y como se halla concebido sólo permitirá irregularidades, algunas de las cuales ya hemos conocido en el último tiempo. ¿Y el ministerio?, “bien, muchas gracias”.
Los diarios informan de modo continuado de los graves problemas de la salud pública. Saltan a la vista. ¿Hay alguien a quien le interese resolver en serio el problema? Todo indica que no. Se trata simplemente de instalar en los medios un estado de ánimo que no resuelve las calamidades de fondo y que nos deja con la sensación de que los enfermos si no son clientes a los que hay exprimir, son un foco de indeseables a los que habría que segregar. Esto último ha sido particularmente violento con la escandalera armada por los diputados y que se refiere a la ausencia de una adecuada notificación a los contagiados con VIH. ¿Puede alguien ser tan estúpido como para suponer que el problema solo reside en los no notificados y que eso amerita una emergencia sanitaria? ¿Y las campañas? ¿Y las políticas de prevención? Estamos a un paso de transformar a los enfermos de este mal en un grupo a segregar, en montar una caza de brujas como sugirió un diputado socialista investigando con quien si y con quién no se “juntaron” estas personas.
¿Y mañana?
No se avizora que las cosas mejoren. A ratos dan ganas de reírse o de olvidar que se vive en sociedad, total la mayoría ni se entera de lo que ocurre.
Sin embargo cabe pensar en que todo lo que no pasa tiene explicaciones un poco más apropiadas que la natural y evidente estupidez de los seres humanos.
Necesitamos pensar y no poco.
Ir más allá de la prudencia mal entendida que acaba en una especie de aire timorato, de sentido común y voces oficiales.
Pensar la política. Abandonar las grandes declamaciones tipo Lagos que hablan de “un proyecto de país”. Antes que faraones y comerciantes, necesitamos una radical vuelta a la política. Antes que intermediarios y políticos de salón, necesitamos que las cosas se digan de modo directo. Antes que bravucones que miran todo con ojo paranoide tal vez sea bueno que saquemos de paseo a la inteligencia.
Volver a la política.
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martes, 18 de noviembre de 2008
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2 comentarios:
Estimado:
Después de esta reflexión ¿seguiremos viendo en la TV lo viejo que estamos recordando los ’80 como la mejor época de nuestras vidas? y además, ¿lo felices que éramos tomando una botella de Fanta arrugada o transitando por las calles en una bicicleta “mini” con canasto?… Prefiero luchar para que sea hoy mi mejor momento y no el pasado…
Hugo García Lagos
Luego de mirar atrás un momento y ver lo que eramos hace cen años y somos ahora mismo, solo podemos darnos cuenta que seguimos siendo los mismos: nuestros problemas no han cambiado mucho y al parecer nosotros tampoco. Si es que hemos cambiado algo ha sido muy poco: antes cerrabamos los ojos para no ver, ahora nos dejamos deslumbrar y eso no permite ver.
Lo que nos queda para mañana es poco alentador, ya que mientras todo esto pasa, nuetra juventud está en el living de su casa anguatiada pensando cual será la nueva pareja de Yingo mañana, pensando que "no nos gusta la política porquer no la entiendo" e ignorando hasta para qué sirve.
Nuestros intelectuales, se dedican a ser una especie de "Diógenes Laercio" escribiendo las gracias de X personaje chileno en sus años mozos y así seguimos.
La conclusión de todo esto entonces llega a ser un tanto fome, pero a la vez inquietante: Aún no somos felices...pero la gracia está en que todos creemos serlo.
Y bueno, por último desmitificando aquél popular dicho : No hay mal que dure cien años.... pero si muchos chilenos capaces de aguantarlo ^^
Besito
Genia Maligna
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