En un país limítrofe, en el más amplio sentido del término, cualquier noticia, alguna historia ficticia o no tanto, suelen provocar tumulto.
En sentido estricto, nuestra condición geográfica parece jugar a favor de la avidez de novedades que nos lleven a descubrir la pólvora una vez más.
La semana pasada hubo dos hechos que marcaron la pauta y que alejándonos del éxito futbolístico y la gripe porcina, pusieron palabras en la boca de más de alguno.
Los resultados de la encuesta CEP, especie de oráculo de la clase política y el fallo de la contraloría sobre la píldora, han generado algunas preguntas sobre las que conviene algún ensayo.
CEP
Desde hace más de 20 años se considera que esta encuesta es lo más cercano a la predicción exacta en lo que a resultados electorales se refiere. De allí su ansiosa espera y los ríos de tinta que desató una vez que se dio a conocer.
En general los datos muestran que las tendencias electorales no han cambiado mucho en Chile desde el plebiscito de 1988, primera elección que se celebró luego de las parlamentarias de Marzo de 1973.
Esto quiere decir que hoy, al igual que ayer, la derecha y la centro-izquierda se reparten una cantidad similar de preferencias, cercano al 70%, a veces eso ha llegado cerca del 80% como en la elección presidencial de 1989.
En este caso el 37% de Piñera y el 30% de Frei refirman la tendencia de reparto de preferencias de parte de los bloques hegemónicos.
Luego existe un porcentaje que nunca ha pasado del 15% y que en este caso es de un 13% y que corresponde a un candidato que se coloca por fuera de los bloques hegemónicos. En 1989 fue Fra-Fra y ahora es MEO, para el caso es más o menos lo mismo. Y luego, lo más preocupante, candidatos que representan a la izquierda y que sacan el 1%.
Este reparto en dos bloques desdibuja precisamente a la izquierda ya que en general esta no marca adhesiones muy altas. Como ya hemos sostenido, la candidatura de Enríquez-Ominami atrae por igual a progresistas y reaccionarios y a aquellos que ingenuamente creen que se pueden hacer transformaciones políticas descartando la política.
Por ello es que su adhesión transversal y pendular no debiera crecer mucho más si es que se sigue la vieja tendencia de hace 20 años. Nada indica que eso cambie toda vez que el gobierno de centroizquierda tiene la iniciativa en su cancha, por decir algo.
Por lo tanto y salvo que ocurra alguna situación imprevista llegaremos a segunda vuelta y de seguro volverá a imponerse la concertación.
Ahora, el que los candidatos de izquierda, Arrate y Navarro marquen tan poco es porque se encuentran atados a un sector de escaso crecimiento electoral y aquello no tiene visos de cambiar al menos en el corto plazo. Problema para la izquierda tanto para la que está dentro de la concertación y que pacta con la de afuera para quienes también este asunto es un problema que obliga a pensar, aunque sea un poco.
Es posible que la fragmentación de la izquierda, de la que ya hemos hablado, termine por desdibujar aún más una especie de proyecto político que resienta la tradicional hegemonía de los bloques imperantes. Sin embargo aquí hay un factor preponderante que dificulta tal empeño. Me refiero a la rígida disciplina del Partido Comunista, disciplina que más que tener que ver con la política tiene que ver con prácticas conventuales y que tarde o temprano se conformará con ingresar al Parlamento aupados por algún candidato de la Concertación. Y sería todo. El problema no es sólo que el P.C. sea mal visto desde las encuestas, el problema es lo que pasa dentro de él y su incapacidad de abrir su perspectiva más allá del juego parlamentario. En ese contexto de disciplina militar se entiende que MEO tomando un discurso irruptivo agarre cierto vuelo, pero no tanto, para que nos vamos a engañar.
La Píldora
Las adhesiones centristas de la encuesta pueden explicar el absurdo fallo de la contraloría sobre la negativa al reparto de la píldora del día después. Sobre esta se han dicho tantas cosas, algunas verdaderamente ofensivas a la más elemental inteligencia que el tema aburre un poco. Sin embargo hay algunas cosas que decir.
Todo esto se origina porque un número importante de diputados de derecha recurrió al Tribunal Constitucional (especie de guardianes de la Institucionalidad) los cuales negaron el derecho a una política pública de reparto de la píldora. Con más ambigüedad que rigor, algunos de sus miembros dijeron que fallaron “en conciencia” y de acuerdo a su condición de “cristianos”. En esta parte de la historia esto resulta francamente escandaloso. Anteponer un elemento propio de una creencia religiosa frente a una disposición que afectará a moros y cristianos es francamente repugnante. Algo similar planteo el Senador Ominami cuando dijo que eran más importantes sus amores filiales para con su hijo, que los acuerdos políticos de su partido que lo llevó a ser elegido Senador. El argumento de que “a un hijo no se le deja solo” es plausible si es que este estuviese secuestrado o en peligro de muerte. Pero no es el caso. Ambos argumentos, el del cristiano que impone su cristianismo a los demás y el del padre que impone su amor filial a los demás son igual de falaces.
Resulta que ahora todos los candidatos son partidarios de la píldora. El problema de fondo lo tiene la derecha que presentó el requerimiento y que obviamente terminará colisionando con las ambiciones de Piñera.
Es evidente que el Estado debe asegurar la distribución y entrega de este fármaco y nadie está obligado a tomarlo, como nadie está obligado a donar órganos ni tampoco
nadie está obligado a hacer cosas que le repugnen. Es un asunto de ética elemental que ya es hora que se abra paso en medio de las beaterias del clericalismo y los miedos públicos de la derecha al sexo ya que parece que en privado es otra cosa. (Si no vean la serie ¿Dónde está Elisa?)
Sin embargo y para demostrar lo perdidos que estamos y lo difícil del asunto les dejó dos perlas aparecidas en la prensa y que me dejan serias dudas sobre la libertad de expresión.
La primera es una cita de una carta aparecida en El Mercurio de esta mañana y que sostiene lo siguiente:
“Mientras esa duda razonable, (sobre los efectos abortivos de la píldora) sostenida por importante literatura científica y por los propios laboratorios fabricantes, no se descarte, la real discriminación se está produciendo ahora en contra de los hijos de la mujeres de altos ingresos: estos niños y niñas -sí, también hay mujeres con derechos aquí- podrán ser objeto de la acción del levonorgestrel adquirido libremente en el comercio farmacéutico, mientras que las y los concebidos por mujeres de menores recursos estarán más protegidos.” (El Mercurio, sección de Cartas al Director, Martes 23 de Junio de 2009) La carta la firma el Abogado Hernán Corral T.
Y por si no bastará fíjense en esto:
“El Tribunal Constitucional prohibió la distribución de la "píldora del día después" en los consultorios; el Ministerio de Salud encontró un resquicio para seguir repartiéndola: los municipios. La Contraloría prohíbe ahora su distribución a través de los municipios; pero el Gobierno ya está anunciando que buscará "otra vía" para insistir con su política, desconsiderando, por segunda vez, el dictamen de otra institución de la República, cuyos juicios "no comenta, acata y respeta". Los municipios piden al mes 10 cajas (¡sólo 10!) del comprimido, pero el Minsal tiene 15.000 en stock? ¿No habrá algo de obcecación en la actitud del Gobierno?” (El Mercurio, sección Cartas al Director Domingo 21 de Junio de 2009)
Obviamente la primera carta no admite comentario, no se que admite, pero comentario no, quedará como pieza de exhibición. La segunda carta y que firma la señorita María Alejandra Carrasco del Instituto de Filosofía de la Universidad Católica de Santiago admite una observación.
¿No será entonces que ante tan baja demanda la idea de que nadie está obligado a tomar la píldora es algo que puede sostenerse incluso de modo empírico y que a nadie se la darán por la fuerza?
En fin
martes, 23 de junio de 2009
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1 comentario:
Muy breve: la carta de Hernán Corral es fantástica. Una obra de arte de argumentación. Desgraciadamente desde la más absoluta perversidad o estupidez (esto último en el caso que lo que escribió lo piense sinceramente).
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