Pensemos Chile

domingo, 20 de junio de 2010

José Saramago

Muerto está.
José Saramago ha desparecido dejando tras de sí una obra impresionante y que perdurará siempre.
No faltara ahora el clásico oportunismo que hará que muchos lean sus novelas para poder opinar sobre el personaje y no quedar fuera del cortejo.
Una obra a ratos tediosa pero que como pocas retrató muy bien ciertos fenómenos extremos de nuestra época.
Pienso que hay una trilogía muy acentuada entre “El Ensayo sobre la Ceguera”, “El Ensayo sobre la Lucidez” y “Las Intermitencias de la Muerte”. En las tres se aprecia una mirada sobre la emergencia de un hecho exagerado que abarca a todo el mundo y que en un caso depende de una circunstancia impredecible como la peste, en otro de la voluntad humana, todos los individuos de un país se niegan a ir a votar, aunque en aquello no se aprecie una organización dada. En el tercer caso se trata de que aquello que probablemente la humanidad ha esperado siempre, la ausencia de la muerte, se torne una pesadilla.
Hay en estas obras una sombría mirada sobre la sociedad, el poder político, el sistema económico y la perdida de la individualidad. Son estos los fenómenos que Saramago pretendió mostrar a través de la metáfora de la ceguera o de la distancia respecto del modo de legitimación del sistema político.
Este vistazo crítico y pesimista ha llevado, entre otras cosas, a que la lamentable prensa de nuestro país señale a Saramago como “polémico”, “soberbio” y “defensor de causas perdidas”.
En este país ser polémico es simplemente romper con el término medio imperante. Ser crítico es ser amargado y ser soberbio es tener una mirada informada y lucida en torno a cuestiones dirigidas, normalmente, por individuos ineptos e ignorantes.

Saramago tuvo, a su modo, un singular derrotero ideológico. Escéptico, extraviado de algún dios, el escritor portugués hizo gala de un irreductible sentido libertario. Si bien fue militante de izquierda no fue parte de los dogmas y doctrinas de las ortodoxias.
La ortodoxia católica se ensañó con el por “El Evangelio según Jesucristo” y por “Caín”. No es sorprendente eso, la ortodoxia católica pretende encolumnar a todo el mundo bajo principios sustentados en una mezcla entre moralina y sumisión que pretende explicarlo todo doctrinariamente como si la fe fuese un cálculo matemático o un recetario dogmático.

También se ensañó con Saramago la ortodoxia de la vieja izquierda. A raíz del distanciamiento del novelista con el inflexible régimen cubano, se le acuso de retrogrado y de senil.
Esa es la acusación de una izquierda que no tolera el disenso y que entiende la política, en cualquier ámbito, como un ejercicio de dogmatismo, secretismo y actitudes genuflexas.
La propia perspectiva de Saramago supera a los catecismos de esa izquierda que más temprano que tarde ha de desparecer sin pena y con un pasado a ratos glorioso, pero que es sólo eso, pasado. El sombrío futuro parece que se descifra mejor en alguna obra de Saramago que en análisis políticos de poca monta que la vieja izquierda pretende vender como novedad y pensamiento crítico.

Ambas ortodoxias, que se parecen mucho, dan sustento a la dudosa acción de individuos de manual. Nada más lejos de la obra del viejo y entrañable compañero de viaje que se ha muerto, así, como si tal cosa.

1 comentario:

Merlinux dijo...

Platon, Ciceron et sumus Aristoteles quequiderunt in profundo laquo