De pronto, a propósito de una catástrofe resurge, la mitología chilena.
Rápidamente, personajes de los medios, de la filantropía, se tornan en mártires, y alrededor de ellos se produce algo así como un proceso de santificación sitiado de velas, flores, estampas y toda clase bisuterías para guardar de recuerdo.
Nadie podría no lamentar la tragedia, bueno, muchas han ocurrido, pero aquí en Chile estas se tornan asunto de predilección, elemento de “unión” y congoja, que hace desaparecer el acostumbrado pelambre nacional sobre esos mismos personajes que mientras estaban vivos eran vistos como parte de la frivolidad, o de cristiana ayuda al prójimo. (De la que siempre se puede sospechar)
Mucho se ha especulado sobre el accidente. Es claro que este pudo haberse evitado, pero, como tantas cosas, sucedió no más, ocurrió bajo la fórmula de consuelo que dice que “dios sabe porque hace las cosas”.
Sin embargo un examen racional lleva a la conclusión de que la torpeza cometida por la Fuerza Aérea de Chile es de temer y se halla en contradicción con los más básicos conocimientos de la navegación aérea. (Ojo con la FACH que el día que haya guerra, dios tendrá que saber cómo hacer las cosas)
De otro lado, los medios exprimen la naranja hasta el hartazgo produciendo la natural parálisis y conmoción a la que conduce el presentar intereses particulares como intereses generales.
Por su lado el gobierno apuesta a situar el tema en un plano de insoportable voz machacante mediática como una manera de hacer un lado el conflicto social que permanece allí, instalado, y entrando en la inercia.
El panteón se agranda y los ciudadanos, o su emulación, lloran desconsolados, como si nada más tuviera importancia y el mundo estuviera a punto de acabarse.
Aparece el fantasma de la fragilidad, como si no estuviese siempre allí, y se mezclan asombro y estupidez en medio de lugares comunes y frases para el bronce.
Esta misma mitología se expresa a propósito de la muerte de Gabriel Valdés, a quien alguien definió como “padre de la patria”. Bueno, de una patria que se halla al borde del colapso mientras todos se hacen los lesos con lo hecho y lo no hecho.
Condenados a la tragedia parecemos vagar esperando un nuevo terremoto o un gran incendio, entonces aparecen los problemas. Mientras tanto no pasa nada o lo que ocurre es cosa de “inútiles subversivos”.
Un rebaño, un rebaño alejado del más elemental concepto de ciudadanía. Ya no hablamos de la muerte del sujeto, hablamos del ciudadano de rebaño, que llora y ríe al compás de los medios. Ciudadano o emulación de él, que mientras tanto va, como dijo el poeta “con los bolsillos temblando y el alma en cueros”.
En verdad, aquí se masca la tragedia.
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domingo, 11 de septiembre de 2011
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1 comentario:
A título personal solo puedo decir que no me alegra la muerte de nadie. más por otra parte,ésta es absolutamente esperable aunque la gente reaccione con terror ante ella...producto de esta misma inseguridad surge el "capitalismo liviano" (aquí cito a mi muy simpático profesor Ignacio Vidaurrazaga)para apoderarse de las voluntades humanas siempre frágiles y carentes, utilizando a los medios como forma de manejar al rebaño, para conducirlo adonde es conveniente que estén,piensen y sientan,sobre todo que actúen a manera de consumo y que dejen de actuar de manera social.
Mitos...porque la gente ignorante, sin educación (la que el Estado no entrega y no quiere entregar)se refugia en los mitos y en las creencias que no dependen de su voluntad y que por tanto no pueden ejercer poder sobre s{i mismos sino solo recibirlo sobre ellos.....
para cerrar, como seguía diciendo sobre el ciudadano, el poeta:
"
Y se amontonan y se hacinan
encima, enfrente, abajo, detrás y al lado.
En amargas colmenas los clasifican,
donde tan ignorantes como ignorados
crecen y se multiplican,
para que siga especulando
con su trabajo, su agua, su aire y su calle
la gente encantadora... Los comediantes
qué poco saben de nada, nada de nadie,
y son
ciudadanos importantes."
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