Que la historia tiende a repetirse no cabe duda
alguna. Apreciamos a menudo el modo como sucesos presentes rememoran
situaciones anteriores. Con mayor desconcierto asistimos a la reiteración de
sucesos trágicos y violentos que no cesan de acosarnos.
El gobierno de Israel ha emprendido, una vez más,
una acción genocida contra el pueblo palestino. Aquello ya no deja de
sorprender. Por su parte, la mal llamada
comunidad internacional observa con distancia estos terribles sucesos. Una vez
más emerge aquí la “banalidad del mal”, tal y como lo expresa la extraordinaria
filósofa Judía Hannah Arendt. Sujetos comunes y corrientes, extraviados por
visiones obtusas, entienden que están haciendo lo correcto.
Con su tradicional falta de tino, “Bibi” Netanyahu,
jefe del gobierno de Israel, ha indicado que el objetivo de su gobierno no es
atentar contra civiles. Dada la gravedad del asunto no puede considerarse un
chiste, aunque lo parece, lo afirmado por el Primer Ministro. A este hay que
agregar al Ministro de Exteriores de dicho gobierno, Lieberman, un tipo que
hace de la predicación masacre la justificación de su existencia.
¿Que tuvo que ocurrir para que el gobierno de Israel
emprenda prácticas similares a las de sus antiguos verdugos? Prácticas, que en
otra época, costaron la vida a millones de judíos inocentes y que aún hoy, el
sólo recuerdo de esos hechos provoca pavor.
No hay perspectivas de apaciguamiento del conflicto
ni menos que siquiera el gobierno de Israel detenga su accionar y emprenda un
camino más razonable. Por otra parte el gobierno de los Estados Unidos alienta
la inteligente medida del Presidente de Egipto para mediar en el conflicto y,
por otra, apoya el accionar del gobierno de Israel Las ambigüedad de esta “política” se expresa
en la absoluta falta de inteligencia de un gobierno dirigido por un “sujetillo”
como Obama.
¿Qué ha de acontecer? Nada sabemos, pero es claro
que no hay muchas razones para sentirse optimista. Ya hace mucho
que “los justos de Israel” se hallan ausentes
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