La natural mentalidad de zafarrancho que pinta a
este país ha hecho que durante un par de semanas la derecha haya acaparado la
atención de todo el mundo. La cosa comenzó con la renuncia de Pablo Longueira
lo que llevó a la declaración de un estado de alarma no sólo en la derecha sino
también en lo que jocosamente, a mi juicio, se ha dado en llamar, “Nueva
Mayoría”. ¿Cuál era la preocupación del nuevo conglomerado? Todo indica que la
situación forzada por la UDI descolocó a los “nuevos” toda vez que estos ya
daban, siguiendo el designio de las encuestas, la elección de noviembre como un
trámite. Antes de la previsible designación de la Ministra del Trabajo, la
derecha vivió, siguiendo sus viejas costumbres, un proceso de violenta
controversia marcado por una natural tendencia al canibalismo. La principal
víctima de esto ha sido Carlos Larraín, sujeto con pretensiones de humorista y
que ha sido uno de los pocos que ha intentado descifrar, al interior de la
derecha, el verdadero carácter de este gobierno. De allí, posiblemente, que La
Moneda haya operado con virulencia en contra del partido del Presidente,
partido que, por lo general, cumple el rol de víctima a la perfección.
Decantadas las cosas la candidatura de la otrora ministra ha iniciado su camino
y en verdad la cosa no va a dar para tanto. Esto puede permitir que la otra
candidatura fuerte remonte el tranco y recupere la calma, lo cual no indica que
sea lo mejor que pueda pasar. Al respecto es interesante lo que ha señalado
Guido Girardi. Con un tono que emula las peores prácticas del populismo, el
Senador ha indicado que Bachelet está “condenada a cumplir lo que piden los
movimientos sociales”. Nos hallamos en presencia de una suerte de límite muy
marcado y que pretende transformar en realización concreta un estado de ánimo
que expresa aún un síntoma de malestar. Aquello no ha sido suficiente pensado
no obstante a alguien como Girardi no se le pueden pedir ese tipo de sutilezas.
Por lo tanto, se instala al interior del comando puntero una nueva tensión ya
repetida hasta el hartazgo, ahora entre, “Conservadores” y “Progresistas” como
antes lo fue entre los que se flagelaban y los que no lo hacían. A partir de
allí se emplaza el marco perfecto para el desarrollo de la campaña ya que a la candidata de la
“Nueva Mayoría” le acomoda sobremanera la ambigüedad. Por tanto en medio de esa
trifulca no pasa otra cosa que el fortalecimiento de una candidatura que a la
luz de la constitución de todo tipo de comisiones, chuteará la pelota lo más
lejos posible. Contribuyen al alimento de dicha ambigüedad declaraciones de un
connotado protagonista de la política de la transición, el Sr. Ominami. Este
sujeto ha alertado respecto a la “disolución” de los compromisos de Bachelet
vía presiones de fuerzas que él define, con todo desparpajo, como
“conservadoras”. ¿Por qué preocupa tanto eso a alguien que según propias y
rimbombantes declaraciones abandonó ese rebaño cuando aún se llamaba
Concertación? Es posible que nadie pueda deshacerse de su condición de actor y por ello su mayor esfuerzo sea no quedar bajo
la mesa. Las declaraciones de quien fuera Ministro y Senador son todo un
síntoma de la impostura a la que juegan los llamados progresistas y también los
conservadores. En eso coinciden, los Ominami, los Girardi, los Larraín, se trata
de que el carro no se meneé tanto como para que algunos de los comensales se
caiga en medio del camino.
La derecha ha demostrado que puede prepararse para
guarecer una institucionalidad que a estas alturas ya no les pertenece por
completo, ya que su arquitectura la terminaron de levantar los gobiernos de la
“transición”. Esta certeza es la que hace que los mismos de siempre puedan
decir lo que dicen para que la cosa siga en su empate. ¿Qué mejor cosa para los de la “Nueva Mayoría”?
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