Pensemos Chile

domingo, 7 de julio de 2013

La primaria vez


¿Qué se celebra cuando se gana una elección? A una pregunta obvia, una respuesta obvia; contar con la mayoría de quienes votaron y se entiende representan aquello que se daba en llamar la “voluntad popular”. Eso puede explicar el notable jolgorio de la resucitada Concertación que se ha jactado de la arrolladora victoria de su principal candidata lo que no cabe sino calificar como un fenómeno sin parangón en la historia de Chile, sin ir más lejos, Andrés Zaldívar la comparó con Carlos Ibáñez del Campo pero en buena, se entiende. A partir de esto se ha desatado la euforia y los vientos de cambio soplan cual tornado que no ha de dejar nada en pie. ¿Qué viene luego del entusiasmo? Por lo general y en todos los planos, viene algo así como una mirada fría y un poco más racional que la de los alaridos de la pasión desatada. Lo que se ve en esta resaca es más o menos lo mismo de siempre. El posicionamiento de actores ya conocidos, no vale la pena nombrarlos y, por encima de todo, la permanencia de un estilo que no ha cambiado y no va a cambiar.

 Una de las pocas cosas buenas de las primarias es que parece muy saludable que en la Región de los Ríos haya sido derrotado Juan Gabriel Valdés. Es de celebrar que no haya sido elegido como candidato a senador alguien, que en su función de ministro de relaciones exteriores, hizo todo lo posible por traer de regreso a Pinochet. 

Otro dato que arrojó esta primaria es también la fantasía de un imaginario “liberal”, a este país le falta mucho para eso, y que se encarnaría en Andrés Velasco. Su votación es un rescoldo de antiguos votantes de MEO que se cuelgan y descuelgan de la Concertación según la micro que vaya pasando y también una importante porción derechista que, en su momento, también voto por MEO. Aquí no hay otra cosa, antes y ahora, que la novedad que entusiasma de modo inherente a los humanos. En lo que refiere a los otros dos candidatos no hay mucho que decir, salvo que la ingenuidad es una enfermedad de difícil tratamiento y con escasas posibilidades de cura definitiva.

En lo que refiere a la derecha el panorama tampoco es muy resonante más allá de la pirotecnia. En su patético discurso de aceptación de la derrota, Andrés Allamand alegó haber ganado en comunas populares y que perdió en el barrio alto y eso lo hundió. Parece un mal argumento toda vez que lo deja descolgado de aquellos a quienes dice representar. Pero eso le ha pasado siempre y ha implicado que nunca le haya ganado una elección, a nadie, ni siquiera a su sombra. Por ahora además de sentirse “humillado”, si asentimos a lo que dicen las versiones de prensa, Allamand vuelve a ser cadáver y seguirá siendo un “buen tipo” para la Concertación.

En lo que refiere a Pablo Longueira, la UDI lo hizo de nuevo. Catapultó a escena a un personaje que les permitió barrer a sus adversarios y que proviene de las más rancias filas del pinochetismo. Antes fue Lavín; si algo tiene ese partido es que es fiel a su cuna cosa que las confusiones psicológicas de algunos de R.N. no les permiten ser. Longueira y los suyos inventaron una de las más curiosas denominaciones de las que se tenga memoria en el último tiempo, a saber, “el centro social”. Curioso invento que nadie podría definir muy bien y que claramente no reside allí donde la UDI tiene su capital más fuerte de votos. En realidad es una de las variantes con que los extremos de la derecha tratan de aparecer bajo la forma de una especie de moderación. En 1989 Fra-Fra inventó lo del “centro-centro”. Por esos mismos años el inefable Allamand inventó otro término curioso, a saber, “la centroderecha”.   

A partir de ahora se dará cuenta de la campaña final, de seguro se dirá y pasará de todo, lo cierto es que más allá de las dos opciones mayoritarias este país no parece estar a la altura de las complejidades del tiempo presente en donde imperan una fuerte desigualdad económica, enormes abusos en servicio básicos y, por cierto, una alta cuota de irracionalidad, la que se expresa, de modo preferente, en las manifestaciones estudiantiles que sintomatizan otro grave problema de nuestra sociedad

La guinda de la torta la coloca el Servicio Electoral.  Encabezado ahora por un militar, es decir por alguien que proviene de instituciones fuertemente jerárquicas y sin espacio, aparentemente, para la deliberación. El personaje es singular. El General Juan Emilio Cheyre de cuyo mando se recuerda la tragedia de Antuco y el haberse arrojado a los brazos de la Concertación que le arrancó un “nunca más” un tanto ficticio y de la boca para fuera. Si pensamos en aquellas cosas que ocurrieron bajo su mando y en la incapacidad que ha tenido para explicar temas referidos al funcionamiento electoral no cabe duda de que estamos ante alguien bastante inepto. Aquello parece ser la regla en el país de las primarias. 

 

2 comentarios:

Carlos S. Durán Migliardi dijo...

Buena Jorge¡¡¡

Omar Saavedra Santis dijo...

Lúcido comentario sobre el aspecto pirotécnico desta democracia nuestra.
Prolegómeno entonces de humos que siguen a los destellos.