¿Qué se celebra cuando se gana una elección? A una
pregunta obvia, una respuesta obvia; contar con la mayoría de quienes votaron y
se entiende representan aquello que se daba en llamar la “voluntad popular”.
Eso puede explicar el notable jolgorio de la resucitada Concertación que se ha
jactado de la arrolladora victoria de su principal candidata lo que no cabe
sino calificar como un fenómeno sin parangón en la historia de Chile, sin ir
más lejos, Andrés Zaldívar la comparó con Carlos Ibáñez del Campo pero en
buena, se entiende. A partir de esto se ha desatado la euforia y los vientos de
cambio soplan cual tornado que no ha de dejar nada en pie. ¿Qué viene luego del
entusiasmo? Por lo general y en todos los planos, viene algo así como una
mirada fría y un poco más racional que la de los alaridos de la pasión
desatada. Lo que se ve en esta resaca es más o menos lo mismo de siempre. El
posicionamiento de actores ya conocidos, no vale la pena nombrarlos y, por
encima de todo, la permanencia de un estilo que no ha cambiado y no va a
cambiar.
Una de las
pocas cosas buenas de las primarias es que parece muy saludable que en la
Región de los Ríos haya sido derrotado Juan Gabriel Valdés. Es de celebrar que
no haya sido elegido como candidato a senador alguien, que en su función de
ministro de relaciones exteriores, hizo todo lo posible por traer de regreso a
Pinochet.
Otro dato que arrojó esta primaria es también la
fantasía de un imaginario “liberal”, a este país le falta mucho para eso, y que
se encarnaría en Andrés Velasco. Su votación es un rescoldo de antiguos
votantes de MEO que se cuelgan y descuelgan de la Concertación según la micro
que vaya pasando y también una importante porción derechista que, en su
momento, también voto por MEO. Aquí no hay otra cosa, antes y ahora, que la
novedad que entusiasma de modo inherente a los humanos. En lo que refiere a los
otros dos candidatos no hay mucho que decir, salvo que la ingenuidad es una
enfermedad de difícil tratamiento y con escasas posibilidades de cura
definitiva.
En lo que refiere a la derecha el panorama tampoco
es muy resonante más allá de la pirotecnia. En su patético discurso de
aceptación de la derrota, Andrés Allamand alegó haber ganado en comunas
populares y que perdió en el barrio alto y eso lo hundió. Parece un mal
argumento toda vez que lo deja descolgado de aquellos a quienes dice
representar. Pero eso le ha pasado siempre y ha implicado que nunca le haya
ganado una elección, a nadie, ni siquiera a su sombra. Por ahora además de
sentirse “humillado”, si asentimos a lo que dicen las versiones de prensa,
Allamand vuelve a ser cadáver y seguirá siendo un “buen tipo” para la
Concertación.
En lo que refiere a Pablo Longueira, la UDI lo hizo
de nuevo. Catapultó a escena a un personaje que les permitió barrer a sus
adversarios y que proviene de las más rancias filas del pinochetismo. Antes fue
Lavín; si algo tiene ese partido es que es fiel a su cuna cosa que las
confusiones psicológicas de algunos de R.N. no les permiten ser. Longueira y
los suyos inventaron una de las más curiosas denominaciones de las que se tenga
memoria en el último tiempo, a saber, “el centro social”. Curioso invento que
nadie podría definir muy bien y que claramente no reside allí donde la UDI
tiene su capital más fuerte de votos. En realidad es una de las variantes con
que los extremos de la derecha tratan de aparecer bajo la forma de una especie
de moderación. En 1989 Fra-Fra inventó lo del “centro-centro”. Por esos mismos
años el inefable Allamand inventó otro término curioso, a saber, “la
centroderecha”.
A partir de ahora se dará cuenta de la campaña
final, de seguro se dirá y pasará de todo, lo cierto es que más allá de las dos
opciones mayoritarias este país no parece estar a la altura de las
complejidades del tiempo presente en donde imperan una fuerte desigualdad
económica, enormes abusos en servicio básicos y, por cierto, una alta cuota de
irracionalidad, la que se expresa, de modo preferente, en las manifestaciones
estudiantiles que sintomatizan otro grave problema de nuestra sociedad
La guinda de la torta la coloca el Servicio Electoral.
Encabezado ahora por un militar, es
decir por alguien que proviene de instituciones fuertemente jerárquicas y sin
espacio, aparentemente, para la deliberación. El personaje es singular. El
General Juan Emilio Cheyre de cuyo mando se recuerda la tragedia de Antuco y el
haberse arrojado a los brazos de la Concertación que le arrancó un “nunca más”
un tanto ficticio y de la boca para fuera. Si pensamos en aquellas cosas que
ocurrieron bajo su mando y en la incapacidad que ha tenido para explicar temas
referidos al funcionamiento electoral no cabe duda de que estamos ante alguien
bastante inepto. Aquello parece ser la regla en el país de las primarias.
2 comentarios:
Buena Jorge¡¡¡
Lúcido comentario sobre el aspecto pirotécnico desta democracia nuestra.
Prolegómeno entonces de humos que siguen a los destellos.
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